Los radares meteorológicos son una herramienta imprescindible para hacer seguimiento y evolución de las condiciones atmosféricas, siendo útiles para el pronóstico de situaciones adversas y hacer buena planificación de riesgos, como inundaciones o nevadas que puedan tener efectos sobre el territorio.
Este instrumento está constituido por una torre que puede alcanzar los 10 metros de altura con una cúpula esférica de color blanco en su parte superior. Allí encontramos varios elementos: antena, emisor, receptor... Desde su seno se mandan distintos pulsos de radiación que se propagan a través del aire. Cuando ese "pulso" encuentra un obstáculo, parte de la radiación emitida se dispersa en todas las direcciones y a su misma vez, se refleja. Esa señal "reflejada" viaja en dirección al aparato (radar) y supone la precipitación que está cayendo.
Roger Solé (@Rog_sole), Meteorólogo de Meteored, entrevista a Sarai Sarroca (@sarai_sarroca), directora del @meteocat ️ para hablar de la última tecnología que están aplicando en radares #meteorológicos ️. pic.twitter.com/EEvWdwYNyS
— Meteored | tiempo.com (@MeteoredES) May 2, 2022
Esa radiación "rebotada" nos da idea de tres parámetros importantes: intensidad de la precipitación, distribución y el echotop, que es la altura máxima a la que se alcanza el valor de una reflectividad dada.
Actualmente la modernización de esos sistemas tecnológicos ha sido muy importante, pero aún hay algunas barreras que impiden ver la realidad tal y como es. Existen, básicamente, cinco circunstancias o situaciones en los que esos ojos atmosféricos no terminan de captar bien la precipitación:
La reflectividad emitida por los radares meteorológicos también nos puede servir para vincular la precipitación a distintos fenómenos geográficos, físicos y meteorológicos.
Un fenómeno que potencia las precipitaciones en las zonas de montaña es el efecto palanca. Habitualmente, los radares del tiempo captan perfectamente las regiones donde se producen esas convecciones intensas y esos forzamientos de las masas de aire, porque es donde primero empieza a llover y porque la reflectividad del mapa muestra unos colores mucho más intensos.
En segundo lugar, la distribución de las tormentas en primavera nos puede ayudar a intuir el efecto albedo diferencial en nuestros sistemas montañosos. En los Pirineos, normalmente en primavera se forman las tormentas en las vertientes meridionales y en el Prepirineo. ¿Por qué? Pues precisamente por un mayor calentamiento del substrato, que tiene colores más oscuros, que en zonas más altas del Pirineo (aún cubiertas con nieve). El bajo albedo de las sierras prepirenaicas implica más calentamiento, con lo cual, induce a más convección y movimientos ascendentes de la masa de aire.
Finalmente, la monitorización de las tormentas a través de los radares nos permite saber su nacimiento, evolución y disipación. Así pues, nos permite seguir si una tormenta es exógena o estática.