En mi etapa de estudiante, me desplazaba todos los días al campus universitario que está a las afueras de Palma. Como madrugar nunca ha sido lo mío, estudiaba por las tardes y las clases terminaban sobre las nueve. En invierno, a esa hora ya era noche cerrada y esperando impacientemente en la parada del bus nos envolvía un frío cortante y húmedo.
Al hablar nos salía una nube de gotitas de agua de la boca y la temblequera era incontrolable. Media hora después, al bajar del bus en plaza España (en el centro de Palma) era tal el contraste de temperatura que acabábamos en mangas de camisa y con las manos llenas de prendas de ropa. Era un fenómeno que me llamaba fuertemente la atención puesto que tan solo hay 20 minutos de bus entre la universidad y el centro.
El efecto isla de calor urbano (acortado ICU) es la diferencia de temperatura entre el centro de la ciudad y las afueras. El origen del término se remonta a 1958 con Gordon Manley, aunque Luke Howard en 1817 ya señalaba que su ciudad de residencia (Londres) presentaba temperaturas más altas en el centro que en los campos de las afueras y estableció esa diferencia en poco más de 2 ºC.
En las noches frías de invierno, despejadas y sin viento es cuando la ICU es más intensa aunque está presente durante todo el año. Durante el día, los efectos son menores.
La ICU no se debe a un único factor, sino más bien a una combinación de ellos:
Múltiples estudios indican que el aumento de temperatura causado por la ICU en episodios de ola de calor incrementa la mortalidad y las hospitalizaciones. Durante la ola de calor de 2003, se estimó que 70000 personas murieron en Europa debido a las altas temperaturas.
El calor nocturno puede causar insomnio, fatiga, irritabilidad, problemas respiratorios y aumenta la probabilidad de sufrir infarto. El calor excesivo disminuye la concentración, el rendimiento en el trabajo y produce deshidratación. Los efectos son más notorios en ancianos y niños, en el centro de la ciudad y en los barrios más humildes.